viernes, 15 de marzo de 2013

LAS BRUJAS DE MANGANA

Corría el año 1615 cuando el Santo Oficio de la Inquisición tuvo que tomar parte en un asunto relativo a la existencia de un grupo de brujas en la Torre de Mangana. Al parecer, varios vecinos de aquel barrio presentaron una denuncia al haber comprobado como todas las noches oían ruidos extraños, gritos alarmantes e incluso vieron realizar danzas macabras consistentes en hacer círculos arrojándose finalmente al suelo. También se deslizaban de una parte a otra de la explanada, oyéndose sus rezos, sus carreras, al tiempo de quitarse y ponerse la toca repetidas veces pidiendo a gritos la presencia del diablo.
En el barrio y en toda la ciudad se comentaban estos hechos que venían a hacerse eco de ese tipo de creencias supersticiosas, muy arraigadas en esa época, las cuales se iban extendiendo como un reguero de pólvora por todo el país.
Se hablaba que habían visto volar a un grupo de brujas por las noches, pasando éstas a las casas por las chimeneas como si de simples pájaros nocturnos se tratase. Nadie creyó, en principio estos comentarios, pero cuando empezaron a ocurrir casos horribles el pánico cundió por todo el barrio de Mangana e incluso por toda la ciudad de Cuenca.
Se comentaba que, una noche varios vecinos habían visto volar al grupo de brujas sobre los tejados del barrio y luego detenerse en el corral o patio interior de una de las casas, se comprobó a la mañana siguiente que todos los animales que habitaban en sus corrales, como gallinas, conejos, palomas, patos, etc., aparecieron muertos sin señales aparentes de haber tenido una muerte aparatosa o brutal. Esto hizo que muchas familias decidiesen no salir de su casa después de la puesta de sol. No sólo temían por lo que les pudiese ocurrir a ellos, sino por sus hijos y abuelos o personas mayores que vivían en sus mismos domicilios.
A partir de ese momento llegó a pensarse que dos señoras, vecinas del barrio, cuya vida era un misterio, y además se dedicaban a curar el "mal de ojo", podrían ser componentes del conjunto de brujas que estaban complicando la vida a la gente, sintiendo miedo a partir de la llegada de la noche. Igualmente se comentaba que otra mujer, la cual vivía sola, y su profesión era curar la impotencia sexual de hombres y mujeres, podría ser también miembro de tan funesto clan.
Aunque casi todas las noches aparecían de una manera o de otra las brujas, hubo una semana que llevaron a cabo las típicas danzas y rezos, dando enormes gritos. Pero la última madrugada azotaron puertas y ventanas con sus negras tocas lo que originó un gran pánico entre las mujeres del barrio. Hasta que punto no llegaría a aterrorizar que las tres únicas mujeres que se encontraban en estado abortaron en el mismo día y a la misma hora.
En una nueva acción, en donde hubo desgracias personales, volvió a erizar el cabello a propios y a extraños, por lo que, nuevamente, una representación de los vecinos acudieron esta vez al Santo Oficio a presentar la correspondiente denuncia. Un Comisario llevó a cabo las averiguaciones oportunas y se pusieron vigilantes para controlar cualquier movimiento anormal que surgiese a lo largo de la noche, ya que en ese espacio de tiempo solían hacer sus salidas y sus acciones. Durante el día visitaron a las tres presuntas encartadas, pero se llevaron una gran sorpresa al comprobar que ninguna de ellas estaba ya en su domicilio, habían desaparecido sin dejar rastro alguno.
Al día siguiente, uno de los Comisarios del Santo Oficio, encontró en una casa semiderruida y abandonada a una mujer que se dedicaba a la tarea de adivinar el paradero de las personas ausentes por poco dinero, aprovechándose de la credulidad y miedo de sus convecinos. Como la gente era muy supersticiosa, ésta hacía pasar a sus clientes a una habitación oscura, en donde los tenía toda la tarde, y luego al anochecer rezaba una serie de oraciones invocando a la luna, al principio, y luego a la persona de la que querían saber su paradero.
Otra noche ocurrió un caso curioso y a la vez distinto a lo que hasta ahora había venido ocurriendo. En una casa junto a Mangan vivía un padre y su hijo solos, pues el resto de la familia había muerto, los cuales tenían una huerta en la Hoz del Huécar. Una noche, cuando estaban echándoles de comer a los burros en la cuadra que tenían junto al patio, se abrieron repentinamente las puertas de dicho lugar y como había poca luz sólo pudieron distinguir a cinco o seis mujeres las cuales les derribaron al suelo cayendo sobre el estiércol de las caballerías. Allí les arrastraron sin que ellos pudiesen hacer nada, puesto que se sintieron faltos de fuerzas.
No había transcurrido aún una semana, cuando vino a ocurrir uno de los mayores dramas y quizá el que mas terror llevó a las familias del barrio y de la ciudad. Durante la noche aparecieron sobrevolando los tejados un gran número de brujas, logrando hacer un ruido como si un huracán se tratase. Se llegaron a percibir todo tipo de rezos y unas risas histéricas, al tiempo de hacer mover su tocas negras como si fueran alas de aves flotando en el aire. La gente se pasó la mitad de la noche sin poder dormir, bien por lo que pudieron apreciar o porque todos se temían que algo gordo iba a suceder.
Cuando el sol apenas ofrecía sus primeros rayos, unos gritos desgarradores salieron de una de las casas cuya puerta principal daba a la explanada de Mangana. Una mujer daba gritos de terror y lloraba amargamente, pues su hijo más pequeño, de apenas un año, lo había encontrado en su cuna muerto con síntomas de haber fallecido por asfixia. Y en otra casa casa de la Plaza Mayor, una señora de avanzada edad había sido sacada de su cama violentamente, por lo que al caer al suelo se había roto una pierna y una clavícula.
Todos estos lamentables sucesos hizo que el Santo Oficio tomase cartas en el asunto, ya que lo ocurrido últimamente era muy peligroso, pues en el vecindario y en la ciudad cundió el pánico. Tal era la situación que se formaron varios grupos, todos ellos de hombres voluntarios, provistos de armas diversas y sofisticadas, desde una simple estaca a enormes navajas, horcas, rastrillos o grandes garrotas.
Poca cosa consiguieron en sus rastreos, señales hallaron en cantidad, pero personas que tuviesen vestimentas de la manera que se apreciaban por las noches, ninguna. Solamente llevaron ante el Santo Oficio de la Inquisición a dos mujeres que solían hacer pócimas amorosas para conseguir hechizar a los hombres. El material fabricado para su acto de brujería era muy singular, pues utilizaban corazones de pájaros machos, los cocían y luego los troceaban. A continuación los colocaban en un plato de caldo, les recitaban ciertos conjuros y se los entregaban a sus clientas para que se lo diesen a comer a sus respectivos amantes. Al parecer, así los hechizaban y retenían a su lado, impidiéndoles se fuesen con otras mujeres.
En el registro que hicieron en la casa encontraron figurillas de cera y en cada una de ellas había clavados alfileres, parece ser que era la forma de hechizar a los hombres. También aparecieron diferentes figuras de yeso de pequeño tamaño en las cuales aparecían los dos típicos alfileres clavados. A la vista de estas pruebas fueron procesadas y examinados por los Calificadores del Santo Oficio esta serie de objetos hallados en el domicilio inspeccionado.
Uno de los últimos casos fue la muerte de un niño recién nacido al cual le extrajeron las entrañas, porque según decían éstas fabricaban ungüentos maléficos, y esto lo achacaban a la serie de creencias supersticiosas que la mayoría de la gente tenía muy arraigadas.
De las brujas de Mangana se habló muchos años en esta ciudad de Cuenca, aunque también hicieron todo tipo de felonías otras brujas en el barrio actual de San Antón, así como en las huertas de las hoces del Júcar y del Huécar. Aunque si bien es verdad entonces muchas personas sufrían alucinaciones producidas por la psicosis brujeríl existente y quizás algunas acciones achacadas a las brujas fueran resultado de cierta imaginación popular o de mentes absurdas que pretendían intimidar a la gente contando cosas horribles más propias de un sádico.

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